jueves, 12 de junio de 2014

La Caja de la Perversidad III parte 2

En la última entrada de la Caja de la Perversidad empezamos a conocer a un Sebastián días antes de ser atacado por una extraña vieja; tal parece que nuestro protagonista había realizado una apuesta con sus amigos, más específicamente, con Roberto, por lo cual sería recompensado en Cerditos Cerveceros... ¿Cómo le irá a Sebastián? ¿Por qué parece tan desmotivado? Seguiremos conociendo un poco del pasado del personaje principal...

Capítulo III parte 2

En el interior más de cien personas se hallaban entre el baile y la bebida. De madera el suelo, la barra era de forma circular ubicada a la derecha de la entrada con suficiente espacio para el abastecimiento de bebidas alcohólicas y tres cantineros. Del lado contrario se establecían mesas con sillas y un área libre para el baile. El segundo nivel podía percibirse a través del primero, era mucho más pequeño, solo personas de pie se encontraban.
—¡Sebastián!

A la entrada de los dos muchachos, se precipitó a saludarles Roberto. Chocaron sus puños los recién llegados con su amigo.
—¡Me alegra que finalmente se dignasen a venir! —exclamó Roberto, emprende el camino hacia la barra, a su lado Sebastián andaba, mientras Ismael tras ellos guiñaba uno de sus ojos a una chica que al lado de él bailaba.
—Se nos hizo un poco tarde… —explicó Sebastián, sin confesar que hacía una hora atrás se localizaba en las afueras del bar fumando cigarros.
—¡Eh! No pasa nada, lo importante es que soy un hombre de palabra y lo tengo todo arreglado para ti…

Sebastián no prestó más atención a las palabras de Roberto, lo que al frente le esperaba sustrajo por completo su interés. Una aglomeración de cervezas sobre la barra, cien en su total, y, al lado de ellas, sentada sobre un banco rojo alto, una hermosa muchacha de lacios cabellos castaños, tez blanca nívea sin marca alguna, iris azules fáciles de confundirles con el océano, labios rosas, minifalda negra, blusa blanca con pronunciado escote y botas cubrían sus piernas. Parecía una modelo, si no fuese por su estatura, relativamente baja.

La bella joven vio a los chicos acercarse, solo distinguía a Roberto y a Sebastián, Ismael pasaba por completo desapercibido mientras él intentaba, sin frutos, entablar conversación con alguna de las chicas desconocidas en el interior de cerditos cerveceros. La joven de cabellos castaños sonrió a ambos al detenerse frente a ella.
—Hola —dijo ella, miró a los ojos a Sebastián, le sonrió a él con exclusividad.
—Hola Alicia, te presentó a mi amigo, Sebastián; Sebastián, ella es mi prima Alicia, aunque imagino que bien lo sabes —introdujo Roberto a los dos extraños; Sebastián apretó los dientes, incomodidad le invadió al ser presentado de aquella manera.
—Calla Roberto —dijo Sebastián, no pudo evitar expresar verbalmente la molestia producto de la vergüenza que su amigo le acababa de hacer pasar.
—No pasa nada, es más, me halaga —intervino Alicia, sin ser tan sonriente como Ismael, aún así lo era bastante.

La prima de Roberto se levantó de su asiento, saludó a Sebastián con un dulce beso en la mejilla, él le correspondió con una sonrisa.
—¡Hola! ¡Hola! ¿Pero me he perdido de algo? —un poco cabezón, Ismael colocó su figura al lado de Sebastián, para ser también notado.
—¡Ismael! Ya estás algo alcoholizado, mejor sigue tomando, esto no tiene relación contigo —dijo molesto Roberto, de pie al lado de Sebastián, contrario al que Ismael se hallaba; enfrente de los tres Alicia les observaba con cierta camaradería, le parecían buenas personas.
—¡Sebastián!

La voz de Rocío que exclamaba el nombre del rubio fue otro factor de interrupción. A la izquierda de los chicos, sus amigas hicieron acto de presencia, una al lado de la otra. Ambas con una botella de cerveza en una de sus manos.
—¿Les gusta arruinarle las cosas a Sebastián? —preguntó Ismael, arqueó la ceja izquierda hacia arriba, de más decir que estaba molesto.
—¿De qué hablas? ¿Te preocupa tanto porque te gusta? —preguntó Rocío irónicamente, Azucena se limitaba a callar, Ismael volteo su rostro dirigiéndolo hacia Sebastián, quien evidentemente incómodo le sonreía a las recién llegadas.
—¡Hola linda! Mi nombre es Rocío —saludó Rocío a Alicia, acercándose a ella para besarla en la mejilla.
—Mucho gusto, mi nombre es Alicia, prima de Roberto —correspondió Alicia el saludo.
—Hola, Azucena —se presentó Azucena, con los mismos movimientos mas no las mismas palabras de Rocío.
—Hola —dijo sonriente Alicia, demás decir lo amable que aparentaba ser.
—Pues bien… —dijo Rocío, buscando las instrucciones para realizar las acciones, como si todos fuesen ovejas en búsqueda de un pastor.
—¡Nosotros cuatro podemos ir a bailar! —intervino Roberto, caminó entre Sebastián y Alicia hasta llegar a Ismael, para acercarse a Rocío y Azucena—. ¡Vamos Ismael! —Roberto llamó a su amigo, quien ahora se hallaba a su lado debido al desplazamiento realizado—. Vamos chicas a bailar, no sean amargadas.
—Eh… —Rocío se molestó instantáneamente, suspiró con fastidio—. ¿Pero yo bailo contigo Roberto? —preguntó al joven de poco cabello.
—¡Claro Rocío! Somos amigos, lo importante es divertirnos.

La pareja formada por Roberto y Rocío se alejó del resto, entrecruzando sus brazos para caminar hacia el área libre de mesas y sillas con la finalidad de bailar libremente. Roberto, de igual forma que su acompañante, llevó una cerveza.
—Antes de ir a bailar Azucena, ¿no importa si tomo rápidamente unas diez cervezas? —preguntó Ismael, en un abrir y cerrar de ojos ya estaba sobre el líquido etílico, tomando entre sus brazos cuántas latas le fuera posible.
—Como sea, llévalas contigo a la pista de baile —respondió Azucena, mantenía una actitud indiferente ante todo el grupo—. No podemos seguir… interrumpiendo —Azucena observó a Sebastián y Alicia; el joven rubio le daba la espalda, casi encima de la barra, abría una y otra cerveza atragantándose en licor con placer, por su parte, Alicia, no hacía más que observarle y sonreírle, quería sentir su cercanía.
—Sí, cien no podré en una noche, puedes venir por más después —intervino Sebastián, observó hacia su amigo de iris avellanados.
—¡Gracias Sebas! ¡Eres colosal! ¡Con permiso!

Ismael sonrió a su amigo, ya con todas las cervezas que podía entre sus brazos. Azucena suspiró, estaba tan acostumbrada a la actitud del joven de tez morena y que siempre fuera ella la pareja de él, que ni siquiera le importaba más, o al menos no tanto. Ambos caminando, uno al lado del otro, se dirigieron a una mesa para que el joven de iris avellanados al mismo tiempo consumiera alcohol y bailara con la chica de cabellos rubios.

Sebastián y Alicia se mantuvieron cerca de la barra, al fin y al cabo ahí yacía uno de los premios del joven de anteojos. Ambos sentados sobre las bancas altas rojas, mantenían la dirección de su rostro y mirada sobre la pila de cervezas, así como a los movimientos de los cantineros y demás bebidas etílicas de diferentes clases que tras las refrigeradoras del lugar aguardaban.

Una tras otra, Sebastián parecía no saber colocar pausa a sus deseos hedonistas respecto al consumo del alcohol. Alicia le observaba con sorpresa, sin embargo la actitud del rubio no la desanimaba o asustaba.
—Parece que tienes mucha sed… —comentó Alicia.
—¿Sí? —preguntó Sebastián, ya con las escleróticas rojas y empañados los ojos, sin duda alguna, cada vez se alejaba más del estado consciente—. Un poco —tomó otra de un sorbo, como si de refrescos se tratara.
—Me sorprendes —dijo Alicia, rió después—. Aunque das la apariencia de un alcohólico, no creo que lo seas.
—¿Qué quieres decir? —finalmente Alicia a través de las palabras pronunciadas había llamado la atención de Sebastián.
—Roberto me dijo ayer, cuando me invitó a juntarme con sus amigos, que uno de ellos, Sebastián, es decir, tú, estaba… —rió en un tono de voz apagado y cómplice—, colgado de mí.
—Oh —al terminar de oír las palabras de Alicia, Sebastián manifestó poco asombro, tomó en un segundo una lata de cerveza llena para después hablar—. Así que el muchacho soltó toda la sopa —dijo Sebastián—. "El muy malnacido" —pensó el joven de anteojos.
—No es como que… —las mejillas de Alicia se ruborizaban con facilidad, era tan blanca que no lo podía evitar, agachó la mirada, estaba avergonzada—, no considere que seas… lindo.
—Lindo… —repitió Sebastián la última palabra de Alicia.
—Bastante lindo —dijo Alicia, buscando superar sus miedos, vio a Sebastián hacia los ojos aún ruborizada.
—Gracias —Sebastián sintió una ola de sensaciones en su interior, como si su hipotálamo le indicase huida, la situación para su gusto caía en lo atemorizante, no le agradaba; tomó otra cerveza de un solo a velocidad máxima.
—Espero no incomodarte —Alicia, más avergonzada ante la actitud de Sebastián, tomó también de un sorbo una cerveza en lata.
—No, para nada —Sebastián le sonrió, ya estaba mareado, la sangre se había concentrada en sus mejillas, iba en el camino a una espectacular borrachera, ni idea tenía de cuantas latas de cerveza ya había consumido, pero se acercaba a las veinte con facilidad.
—¿Ustedes hicieron una apuesta? —preguntó Alicia, Sebastián rió.
—Una apuesta… —repitió Sebastián las dos últimas palabras de Alicia.
—Sí, mi primo también me contó que tuviste que hacer algo realmente sorprendente, y ante todo, sacrificado, para convencerlo de presentarte conmigo… me dijo que fue horrible de una manera bastante tétrica.
—¿Horrible de una manera bastante tétrica? —repitió en forma de pregunta Sebastián, consumió de un sorbo todo el líquido etílico de otra lata, luego de otra más—. Ni pensar que ese hombre quiere ser licenciado en lenguas —dijo Sebastián, cada vez más mareado, Alicia rió.
—Me siento muy halagada, no sabes cuánto, me siento contenta —dijo Alicia, no bastaban las palabras, era evidente la emoción provocada por las hormonas al estar en contacto con un hombre que le atraía en todas sus áreas.
—Qué bien… —de más decir la incomodidad transformada en baja presión surgida en el cuerpo de Sebastián—. ¿Bailamos? —preguntó en un intento por cambiar de escenario.
—¡Encantada!

Las conversaciones pueden ser placenteras, pero cuando para uno de los participantes se tornan desagradables, siempre intentará de darlas por concluidas y cambiar de actividad.

Sebastián caminó hacia la pista de baile, seguido de Alicia, ella se sostenía con su mano derecha de la sudadera gris de él. La música era una mezcla de trance y electrónico, en ocasiones agresiva, en otras tranquila.

Se detuvieron, observándose a los ojos iniciaron movimientos con su cuerpos que alucian a entes bailables. Ella acercaba su cuerpo a él, el busto pequeño de Alicia chocaba contra el torso de Sebastián. Quería sentirlo, olerlo, saborearlo. Él bastante borracho se dejaba, ni un alto, ni sentimiento de molestia.

El joven de anteojos no oía la música, en realidad, no sabía si bailaba o todo le daba vueltas. El rostro de Alicia se tornaba borroso ante él, y eso que tenía anteojos; simplemente estaba muy borracho. Entre acercamientos constantes, Alicia tuvo la iniciativa de acercar sus labios a Sebastián. Un pequeño beso le proporcionó al joven de rubia cabellera. Se alejaron. El joven con iris verdes siguió bailando con ella, no comprendía lo que sucedía, a pesar de ser bastante evidente, lo dejaba pasar.

Una vez más, Alicia se acercó a Sebastián, en esta ocasión tomó el rostro del muchacho entre sus delicadas manos, besándole con los labios bastante abiertos, él imitó la acción, jugando con sus lenguas. Ambos podían sentir el sabor a cerveza que en sus fluidos orales se había impregnado. Parecía, querer comerse el uno al otro. Pero de pronto a Sebastián le asaltó un profundo malestar. Repugnancia y aversión al sentir la boca de aquella mujer a quien, a pesar de haberla visto con anterioridad, no tenía más tiempo de conocerla que esa noche. Se separó de ella arrebatadamente.

Extrañada Alicia le miró al rostro. Sebastián se llevó la mano derecha a la boca, quería detener la evacuación del sobre porcentaje de líquido etílico consumido en aquella noche.

Sebastián se alejó de Alicia con rapidez, atravesó personas, mesas y sillas; los baños se hallaban al lado derecho de la barra. La joven de cabellos castaños le observó partir, no supo qué hacer o decir, cuándo creía todo iba tan bien, su pareja parecía haber enfermado.

Para fortuna de Sebastián, nadie en el baño unisex se encontraba. Entró y cerró la puerta de madera con llave desde adentro; sin darle tiempo para levantar la tapadera vomitó sobre ella, diez minutos, lo sintió una eternidad. Una y otra vez expulsaba por su boca todo aquel líquido que no había logrado terminar el proceso de digestión. El alcohol le dañaba, pero más que la bebida, dentro de él algo sentía pudrirse, en su interior algo era aún más nauseabundo.

Mareado, salió del baño. Observó desde la distancia a Alicia, quien de nuevo en la barra miraba hacia el suelo, parecía esperarle. Antes que la joven notase su salida del baño, Sebastián se apresuró a salir del bar cerditos cerveceros, todo el ambiente le enfermaba.

En el exterior volvió a enfermar, vomitó en la acera. Los transeúntes y visitantes del bar le miraban con repugnancia. Pero no podía ser mayor que la sufrido por él en el interior de su corrompido ser. Después de calmar su estómago, caminó tambaleándose a su automóvil, una cuadra arriba del bar.

Al llegar quitó el seguro a su carro japonés, abrió la puerta del piloto y entró al vehículo. Se sentó en el asiento que solía ocupar, bajó el respaldo, se limpió la boca con la manga de la sudadera y cerró los ojos. No podía ni moverse, manejar no era una opción segura.
     —"Macarena…" —pensó mientras lentamente su ser consciente le abandonaba para darle paso al sueño.

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